La herida ajena

Existe una profesión

que consiste en merodear

allí donde está el dolor.

El dolor nuevo

y el que ya existía

son dos especialidades

diferentes.

Lo ajeno

es más ajeno

cuando se trata

de dolor.

Uno puede hurgar

la herida ajena

sin anestesia.

La otredad misma

anula las terminaciones

nerviosas

y eso permite

extirpar

la causa

del dolor.

La más eficaz traición a la vida.

Observar

algo diferente

es traicionar.

Correr la cortina

de lo banal

para ver la muerte.

Ver las muertes

que se suceden,

adornadas

por la incertidumbre

que la humanidad

tanto ama.

La incertidumbre

es preferible a la maldad,

la medicina

es preferible al veneno.

Pero la diferencia

es sólo semántica

cuando la incertidumbre

es maldad,

y la medicina, veneno.

Detrás de la cortina,

el miedo a la muerte

es sólo un contrato

para la prisión voluntaria:

la más eficaz traición a la vida.

Nietzsche o la biblia de los ateos

Hubo un hombre

superior al resto

y él pensó.

Pensó

que el pensamiento

pondría fin

al sufrimiento

del hombre.

Él pensó,

y su pensamiento

fue la biblia

de los ateos.

Y lloré.

Lloré de belleza,

de perfección

y de agradecimiento.

Y el llanto

era igual

al llanto

del dolor.

Y lo bello

era idéntico

a lo horrible.

Las pasiones

llevan

a la mente

al caos,

y el caos

lleva

al sufrimiento.

Desear duele.

Pero pensar

también duele.

No hay forma

de pensarse

fuera de sí.

El dios del vacío

Por siglos de sombras

oprimió al hombre

el dios de la miseria.

Sin embargo,

austeridad y la castidad

son valores en los que ya nadie cree.

Por el dios

más todopoderoso

que haya existido

se rasga el hombre

sus vestiduras baratas.

Vestiduras

confeccionadas

por los pobres,

y que incluso

los pobres más pobres

desprecian.

Quién puede negar

la existencia

de este dios,

si el sufrimiento

más grande

es no poder

consumir?

No hay que tener

riqueza infinita

para creer

en él:

el dios

del vacío existencial

del que nadie escapa.

Teorías

Las teorías

son las armas

del hombre

solitario.

Espadas

de hojas blandas

que no se atreven

a hundir

la carne.

Teorías

al pie de la letra.

Teorías literales.

Las teorías construyen paredes

que encierran soledades.

Construyen paredes.

Destruyen paredes.

Teorías

que rompen

teorías.

Primavera

La primavera

decora el jardín

con hojas tiernas.

Así también sobresalen

las nubes blancas

sobre las grises.

Lo que sobresale

es lo que uno

siempre busca.

No vale la pena

afirmar lo contrario.

La primavera

es cruel con el cuerpo.

Sólo el pasto crece

donde no lo llaman.

El pasto crece orgulloso

en los confines del cemento.

Quiere gritar que la luz

también está en la oscuridad.

La habita

en esta época del año.

El pasto crece donde pisas:

de esa forma es más fácil

seguirte.

Con tanta luz no hace falta

esconderse.

La noche no es noche.

El dinero cuelga

El dinero

cuelga

de las paredes.

No te hubieras

muerto

si lo querías.

Que lo ganaste

peso a peso,

dólar a dólar.

Eso

habrías

dicho.

Ahora cuelga

como una cascada

de colores suaves.

Un holograma

espejado

que no refleja

la propia imagen.

El dinero

se tranforma

en objetos:

sólo así

cobra vida.

Juega

a replegarse

sobre un troquel.

Frágil,

como hojas secas

pisadas

en la calle.

Juega

en el rincón

donde el viento

acumula

las hojas.

Acumula

dinero.

Por eso

logré

que

cuelgue.

No alcanza

para traerte

de vuelta.

La bandera de la muerte

Vivo

en la ciudad

roja.

Rojo carne.

Rojo sangre.

A través de ella

corre un río.

Un río también

rojo.

Rojo,

como la bandera

de la muerte.

Dicen que

se puso así

cuando tiraron

los cuerpos

al agua.

Los cortaron

antes

porque tenían

piedras

en las venas.

La sangre

de los muertos

se estanca

como un pantano,

en el que la gente

solitaria

arroja piedras.

Tus labios

rojos

se pusieron

pálidos

frente a la bandera

de la muerte.

Ya la habías visto,

pero no de cerca.

De cerca

cuenta

el secreto.

El día de la desgracia

Colgada

está la chaqueta

del día

de la desgracia.

El dijo que yo

levantaba

la voz

y que no había

nada que hacer.

En la calle

era verano.

Un verano

verdadero.

De esos

que caldean

el asfalto.

Avisó

que la chaqueta

había quedado

colgada

de la silla.

La brea derretida

se pegaba

a los zapatos.

El calor

me impidíó

volver.